lunes, 28 de diciembre de 2015

Mamelodi Ubuntu

Apoyada la frente levemente en el cristal de la enfermería, con el hombro tocando el marco de la ventana, veía con satisfacción como los niños jugaban en el polvoriento patio. Todos negros, todos pobres y todos alegres y riendo. Bajo un sol de justicia, los chicos y chicas del hospicio estaban tremendamente excitados, sabían que mañana, el día de Navidad, recibirían un regalo. La directora lo había dicho en la comida y para unos muchachos que no habían obtenido ninguna muestra de cariño en sus maltrechas vidas, suponía una inmensa alegría.

          
  Lahla, Xantal, lahla !

   Oyó su nombre a la espalda en el mismo momento que un trozo de pelota golpeaba sus pies descalzos. Se giró hacia el niño y le habló con amor:

            Shasa, please, do not speak in Xhosa language here. You can speak it in your ..

   Se detuvo en seco sin completar la frase. Ninguno de los chicos del hospicio tenia casa, ni familia, ni madre. Todos habían sido recogidos de las calles,  en condiciones muy difíciles,  por los servicios sociales de Mamelodi que colaboraban con el orfanato. Los procedimientos en África no son claros pero pueden ser flexibles si negocias con la persona adecuada. Si pasaba un tiempo y no lo reclamaba ningún familiar, muchos de ellos volvían a las calles por falta de espacio. Otros,  enfermos, eran llevados al hospital central donde cientos de chavales estaban hacinados en condiciones inhumanas. Aunque Mamelodi Ubuntu tenía infraestructura para atender a veinticuatro niños, en estos momentos estaban cuarenta y cuatro alojados, casi el doble. Además, en las últimas dos semanas habían sido abandonados cinco  bebes de pocos días, con el cordón umbilical colgando, en la puerta principal de la institución. Xantal, la directora,  luchaba por cada niño sin preocuparse de muchas normas legales, sólo por el  bienestar de cada uno de ellos.

       — Do not worry, Shasa, my sweet angel,

Puso la pelota en su única manita y le dijo suavemente y sonriendo:

     — Play hard, my boy.

   Dándole un fuerte abrazo a un niño que no había recibido muchos. Lo hizo como lo hacen los sudafricanos, profundo, apretando los cuerpos con sentimiento durante unos segundos sin besos. Posteriormente,  beso a Shasa en la boca, como hacen las madres blancas con sus hijos rubitos de anuncio televisivo.

    Xantal había llegado a Sudáfrica la semana siguiente de la muerte de Nelson Mandela, hace ahora unos dos años. Con una decisión increíble y una pasión en su proyecto sin medida, se había propuesto rehabilitar  un viejo almacén  para que funcionara como hospicio en una de las zonas más desfavorecidas y conflictivas del pais. Aunque hay otros barrios en Johannesburgo que tienen unos índices de peligrosidad más elevados, Soweto es el más famoso de todos, Mamelodi en Pretoria es una zona totalmente dominada por las mafias y donde pocos hombres blancos se atreven siquiera a pasar por la calle principal. Después de tocar todas las puertas posibles buscando colaboradores para su proyecto, después de muchos reuniones con los corruptos políticos locales buscando los permisos necesarios, al final, Mamelodi Ubuntu llevaba varios meses funcionando. Nadie entendía como una mujer blanca,  y guapa,  estaba dando lo mejor de su vida en un proyecto humanitario, como era la apertura de un orfanato,  en un sitio hostil, peligroso y violento.

   Tenía varios tatuajes que recordaban su vida anterior. Uno en el tobillo, discreto y elegante, de una hermosa flor con un color verde claro, otro en el antebrazo izquierdo,  con una inscripción en latín. También,  había usado algunos piercings en las orejas y cejas. Aunque era una mujer con un magnetismo espectacular, su extremada delgadez y su vida desordenada antes de llegar a Pretoria, estaban pasando factura en su semblante. Las noches sin dormir en la enfermería y en su pequeño despacho junto al modesto ordenador, tampoco eran reparadoras. Los pómulos muy marcados, como esculpidos en el mármol de su  tez blanca,   los ojos claros junto con su enigmática tristeza,  hacían de Xantal una mujer fascinántemente atractiva.  En otro tiempo,  fue una persona muy conocida en la noche de Madrid, una diva, la reina del Vanitas Vanitatis.

   En la enfermería estaban las cunitas de los niños que habían sido abandonados recientemente, unas encima de otras, desbordadas, como las pocas enfermeras voluntarias que trabajaban regularmente. La directora estaba vigilando que todo estuviera en orden, cambiando pañales, preparando biberones y dando cariño a esos chicos y chicas que tendrían una vida muy complicada. Al  mirar nuevamente por la ventana, vio a un hombre muy bien vestido que se dirigía a la entrada del piso inferior, atravesando el campo de juego que se había convertido en una nube de polvo,  con una mueca de desprecio. Una parecida  se dibujó en la expresión de Xantal cuando salió de la enfermería para ir a su  encuentro. No tardó en oír su voz:

  — Pero como una pija de Serrano ha acabado en un antro como este, me pregunto a modo de saludo.

   — Veo nuevamente, Ismael, que el tacto nunca fue tu mejor virtud. Contestó ella.

   Nunca tuve mucha mano izquierda, lo admito, siempre preferí la otra. Dijo Ismael soltando una carcajada excesiva y ridícula.

     Ismael Robles era el tipo de hombre hecho a sí mismo que había trabajado muy duro en los años de la burbuja inmobiliaria en España. Suerte, talento y pocos escrúpulos habían convertido a su holding de compañías en un puesto destacado en el Ibex. Le encantaba presumir de sus conquistas amorosas y mostrar sus trofeos en revistas.  Fueron famosas las interminables fiestas que organizaba para cerrar acuerdos con clientes. En aquellas noches, Xantal siempre tuvo un protagonismo especial.

   Veo que la SS va viento en popa. Dijo ella con cierto retintín mientras esbozaba una expresión burlona.

 — Muy ingeniosa,  Xantal, la chica que nunca ríe.  Spanish Sun ha desembarcado en Uppington para quedarse, siguiendo con tu símil marítimo. Acto seguido,  soltó otra de sus escandalosas risotadas sin venir mucho a cuento.

   Uppinton, en la parte oeste de Sudáfrica, no muy lejos de la frontera con Namibia, se había convertido en un centro de energías renovables muy importante a nivel mundial, especialmente en energía solar. Los días claros, secos  y soleados, ofrecían un rendimiento muy elevado para este tipo de instalaciones.

  Ismael se fijó en los pies descalzos de Xantal,  recordaba su tremendo estilo, personalidad y clase. Cada caricia se le venía a la memoria, cada beso, miles de imágenes golpeaban su cabeza como aquellos fotogramas de las películas antiguas pasando a gran velocidad. Dijo con su habitual prepotencia:

   — Veo que ya no usas los Louboutin, talla 39. Cuando mi secretaria de España me dijo que me habías llamado, no he tardado en venir a verte. ¿Cuál es el motivo de tu llamada, querida tristeza?

   — Cuantas veces te he dicho que no me llames así  explotó Xantal en el mismo momento que se dio cuenta que lo estaba echando todo a perder. — Oh bueno, Ismael, perdona, este calor me está alterando un poco . Cambiando su semblante y actitud prosiguió con tranquilidad:

   — Para ser sincera contigo, todos tus generosos regalos los he cambiado por cunas. En mi nueva vida ya no necesito lujos, es mejor así. He llamado a muchas puertas buscando donaciones para los niños. Iglesias, empresas, instituciones, particulares. Quizás, tu compañía quiera colaborar con nosotros. Puede ser una buena publicidad, cambiaríamos el nombre si tu quieres. Ubuntu significa algo así como “humanidad hacia otros” en zulú.

    Ismael no parecía prestar mucha atención a las palabras y esfuerzos de la directora del hospicio por ser simpática. Seguía pensando en el pasado como león herido y continuó molesto:

   — Te perdí la pista cuando te fuiste con esa vikinga bollera que sólo bebía Jameson.

     Un tremendo silencio se apodero de la conversación. Xantal miró su tatuaje en el brazo izquierdo que se había hecho en Dublín con su alma gemela, Sigrid. El mismo tatuaje en el mismo brazo las dos juntas,  un día antes de la catástrofe. Fueron a visitar  los acantilados cerca de la ciudad natal de Sigrid,  Cork,  y ella saltó al vacío. Después del entierro, tomó el primer vuelo a la otra  punta del mundo y aterrizó en Johannesburgo por casualidad.

   — Sigrid ya no está. Contestó Xantal, maldiciendo la idea que tuvo de llamar a la puerta de Ismael para pedirle fondos para su proyecto.

    Siempre recordaba el día de la inauguración del hospicio con todos los políticos presentes, incluido el presidente del país, Zuma. Los jugadores del equipo de futbol local, los Mamelodi Sundowns, también estaban presentes, haciendo las delicias de los primeros niños alojados con sus malabares con la pelota. Por un guiño del destino, el entrenador de los Mamelodi era el jugador favorito de su padre cuando ella era una niña. El holandés Johan Neeskens,  que había sido compañero y amigo de Cruiff en el Barcelona, le hizo entrega del cheque para los primeros gastos.

   En los primeros días de Enero, ella recibió una carta.

 “Querida Xantal:

Mi nueva secretaria y asesora fiscal, Grace, me ha recomendado hacer una donación a tu proyecto ya que me puede abrir muchas puertas. Te has hecho muy famosa entre la comunidad política y puedes ser una muy buena embajadora para mis proyectos. Te incluyo un abultado cheque de Netbank, ya hablaremos de algunas condiciones.

En otro orden de cosas, me encantó la pasión que pones en tu proyecto. Somos muy parecidos, cuando algo se nos mete en la cabeza no paramos hasta conseguirlo. Siempre estuve enamorado profundamente de ti. ¿Por qué no te vuelves a Madrid conmigo? No te faltará de nada y puedes organizar mercadillos benéficos. 

                                                        Siempre a tus pies. Ismael Robles”

   La tremenda carcajada que soltó cuando terminó de leer la carta, a imitación de las de Ismael, asustó al pobre Shasa que estaba jugando en el suelo del despacho. Se puso a llorar del ruido, sin entender nada.


   En una cosa tenía razón, pensó Xantal mientras rompía la carta, la pasión por la vida que tenía ahora había transformado su profunda tristeza  en una sonrisa permanente cuando estaba con los niños.